N.
Edad en el momento de la entrevista: 77 años
Género: femenino
Fecha de primer contagio: octubre 2020
Fecha de la entrevista: abril 2022
Inicio
Antes de esta pandemia N. era una persona que tenía asma, diabetes e hipertensión y que había superado un cáncer, y a la que nada de ello le frenaba y era muy activa física y socialmente, muy independiente.
En octubre de 2020 empezó a tener tos seca, llamó al número habilitado para el COVID-19 y le recomendaron confinarse, lo que se volvió aislamiento cuando dio positivo al hacerse la prueba en el centro de salud donde residía por temporadas. A los quince días de estar encerrada comenzó a tener un dolor en el pecho que le obligó a volver a llamar y la trasladaron al hospital. Allí tuvo que quedarse ingresada debido a su delicado estado a raíz del contagio del virus.
Vivencias
La experiencia en el hospital le impresionó mucho. Lo pasó aislada y viendo al profesional sanitario con sus equipos de protección puestos.
Tras la alegría del alta hospitalaria y la vuelta a su casa con el paso del tiempo, en cambio, se ha ido encontrando más decaída y cansada. No sabe si es por COVID-19 o bien lo relaciona con las vacunas -se niega a ponerse la tercera- pero en el momento de la entrevista se siente deprimida, como “si la vejez le hubiera llegado de golpe”, con pérdida de memoria, dolores musculares, caída del pelo, sudoración en la cabeza y muy miedosa a la soledad y ante un nuevo contagio, lo que le ha hecho muy dependiente para salir y desplazarse sólo en coche a sus quehaceres y sólo en determinados horarios menos concurridos.
Este miedo a estar con muchas personas ha modificado todas sus relaciones sociales. Tanto entre sus amigas, mujeres de su misma edad que constituían un grupo de riesgo y que han optado por ser todas más cautas y evitar encontrarse presencialmente, sin embargo, comenta que hay familiares que no toman todas las medidas de seguridad antiCOVID tal como ella considera que deberían. En su entorno hay personas “negacionistas” y a ella le duele que le cuestionen lo que ha pasado, lo mismo que el rechazo social que ha sentido en alguna ocasión al contarlo.
Por todo ello ha recurrido a apoyo psicológico, que ha encontrado en la asociación de COVID Persistente (o Long Covid) de su región. N. no quiere pastillas para sobrellevar la situación, de hecho, tuvo que rechazar alguna recetada por su médico viendo los efectos secundarios que le causaba: insomnio, temblor de manos, llanto. Así, se ha propuesto salir más y hacer yoga y ejercicios mentales porque se está obsesionando con las dolencias que ya tenía.
Piensa que dada su edad sobrevivió porque tiene buena genética -sus antepasadas han sido muy longevas- y cree que eso motivó la invitación a participar en otro estudio médico, en este caso clínico, sobre los efectos físicos de su contagio.
Recomendaciones
A otras personas que sufren lo mismo les recuerda que deben agradecer mucho a la vida haberlo superado y aprender de la experiencia.
A las personas del entorno cercano les pide, para empezar que crean que se ha padecido COVID-19, y luego que sean comprensivas con su estado tras pasarlo.
Al ámbito político le pide que contrate más personal de enfermería.
