A pesar de todos los cuidados que necesitaba su esposa, Francisco decidió que era mejor que estuviera en su casa.
Y digo “bueno, pues esto tiene buen arreglo -digo- si tú ves que aquí no estás a gusto, y no es de tu conveniencia lo que hay aquí, o las leyes que tienen aquí -digo- esta tarde nos vamos a casa.” Y así fue, pues fui a un médico que había allí, “hágame usted el alta a mi mujer que me la llevo”, ¿eh? Y hasta hoy. Yo me encargué de lavarla, de ponerle los pañales y hacerla todo, le hacía caldo, le hacía puré y le hacía todo lo que ella me pedía, y luego ya a lo último, ya ni caldo, ni puré, ni yogur ni nada, porque ya no comía nada, ya no comía nada.