En el caso de Ildelfonso el dolor fue tan intenso que se le planteó la sedación, pero luego se consiguió controlar con el tratamiento al menos durante un tiempo.
“La enfermedad lleva de por sí una dinámica de incertidumbre: puede que vaya la cosa muy mal y que, de repente, la cosa dé un vuelco de trescientos sesenta y cinco grados. A mí hace dos semanas me habían dicho que estaba muerto, prácticamente. Me decían que iban a sedarme porque los dolores eran insoportables y no, y no querían que sufriera. Y mira, llevo dos semanas todos los días continuamente dándole gracias a Dios por ver amanecer y por poder disfrutar del día que me regala.”